Por Claudio Leveroni

Café de por medio, un amigo me comentó una curiosa experiencia personal. Intuyendo que el violento bombardeo mediático corroe la calidad de su diario vivir, probó por un forzado apagón comunicacional de siete días. Solo películas, libros y canales deportivos nutrieron esas jornadas que, al decir de él, terminaron siendo un oasis en medio de los atropellos que a diario despliegan medios de comunicación que han perdido el rumbo informativo y criterioso.

No se trata de una prueba que este cronista se permita atravesar. Imposible dada la condición laboral. Sin embargo, la observación no resulta sorprendente. Si bien los medios siempre respondieron a intereses sectoriales, el presente los muestra en una pendiente que será difícil de remontar en el corto plazo. No solo su credibilidad se encuentra en caída libre, han arrastrado en ese tobogán un bagaje cultural que colaboró a contaminar la relación entre argentinos. Arrojaron a un lado la nobleza del oficio para nutrirse de obedientes empleados de la comunicación, capaces de afirmar cualquier barbaridad con tal de mantenerse siempre cercano al interés del medio que representan. Resignaron su condición de libre pensadores repitiendo consignas bajadas desde los altos mandos. Su egocentrismo no les permite concebirse fuera de esos medios con gran llegada.

Esa subordinación que domina el escenario mediático actual resulta ser indigna para un periodista que aspire desarrollar su tarea honorablemente. Osvaldo Bayer, al dejar testimonio de los vaivenes de su vida como cronista, relató como fue su relación con Roberto Noble cuando estuvo a cargo de la jefatura de la sección política de Clarín. El fundador del diario lo puso en ese lugar a sabiendas de su posición como hombre de izquierda. Cuando Bayer le agradeció por ese cargo y por respetar su identidad ideológica, Noble le contestó que era necesario mantener un equilibrio político en la mesa de redacción del matutino.

Noble sabía del negocio periodístico. Su astucia le permitió crear el diario en 1945, y sobrevivir interpretando los tiempos políticos. Lo hizo manteniendo armonía ideológica en su estructura informativa. Navegó exitosamente en las cambiantes aguas de la realidad política argentina durante décadas. Tras la muerte de Noble, en 1969, el diario comenzó a cambiar y Bayer fue desplazado del cargo. Sin rumbo claro y ninguneado presentó su renuncia. “La estábamos esperando”, le respondió mirándolo con superioridad el nuevo mandamás del diario, Héctor Magnetto, según relató el autor de la Patagonia Rebelde.

Con el correr de los años la influencia de Clarín en los sectores medios de nuestra sociedad lo fue afianzando como principal medio de comunicación para ese sector social de nuestro país. Durante la dictadura militar consolidó una alianza con La Nación para apropiarse de Papel Prensa y dejar sin el vital abastecimiento de ese insumo a medios rivales. Después, en los noventa, amplió sus horizontes con nuevos tentáculos comunicativos. Bajo la presidencia de Menem consolidó un pacto de no agresión en los primeros años que le permitió modificar el marco regulatorio para medios de comunicación y adquirir decenas de radios y canales de televisión en toda la geografía nacional. La concentración de poder transformó a Clarín en la principal fuerza política no gubernamental del país, tal como lo mostró en un impecable gráfico Jorge Lanata antes de ser adquirido por  el grupo.

Corporaciones mediáticas de menor envergadura siguieron el ejemplo de Clarín. Concentran medios de menor poder y amalgaman discursos propios de ocasión con comunicadores que, embelesados por la trascendencia mediática, resignan la posibilidad de ser pensadores libres. El patético presente es el resultado logrado. La adjetivación es más importante que la noticia. Se naturaliza la barbarie informativa y el costo social que provoca. La mentira fluye como verdad inobjetable, embrutecidos comunicadores en el centro del escenario blandiendo banderas de odio y violencia en cualquier momento y a cualquier hora. El saludable debate racional es una asignatura pendiente. Volver a las fuentes resulta indispensable para salir del actual andarivel decadente que domina el escenario nacional.