Por Claudio Leveroni

La mentira es un patrón de conducta del gobierno. La ejerce con extraordinaria impunidad con un acompañamiento nada sutil de socios mediáticos que ya no pueden disimular su cercanía con los intereses que anidan en la administración central. Más aún, quienes fueron definidos por Raúl Alfonsín como los “cagatintas”, por momentos parecen ser los conductores reales de la política nacional. No es exagerado suponerlo. La mentira también abraza a esos medios que, sin menguar en su adoctrinamiento cotidiano, van corriendo de la escena central, y no solo por mentir, a sus escribas caídos en desgracia. Detrás del telón que instalaron para ocultar la inexorable realidad, hay un porcentaje de la ciudadanía que sigue expectante sus estrategias. Consumen sus noticias con una complicidad que aparenta ser ingenua. Lo vienen haciendo desde hace muchos años, tantos que ya no hay posibilidad que, en el corto plazo, puedan examinar la veracidad de lo consumido en todo este tiempo. No lo harán pese a no ser inmunes a las desgraciadas políticas neoliberales que instaló el macrismo. Sus bolsillos también enflaquecieron, han perdido poder adquisitivo y sufren las consecuencias de la barbarie. No pueden revertir ese sentimiento. Han caído en una de las peores adicciones humanas, la información falsa destinada a destruir el estado de conciencia y la autoestima nacional. Los ganó el odio, el único antídoto para atenuar sus consecuencias es el tiempo. Las nuevas generaciones deberán trabajar mucho para recomponer el daño social y cultural que han ocasionado los hacedores de la actual rapiña económica. Esa reconstrucción social parece haber comenzado, hay una suave y reconfortante brisa que atraviesa estos días. Llevará mucho tiempo y no será una tarea sencilla.

Los referentes más importantes del gobierno entregan diariamente comunicaciones que gotean sobre la conciencia nacional. Algunas, resultan sorprendentes por lo grotescas, como aquel video lanzado desde las cuentas personales del presidente Macri con dos personas desparramando elogios hacia las políticas económicas del gobierno. Una de sus conclusiones era que el problema de la argentina son los argentinos. Un golpe degradatorio lanzado desde una cuenta personal del Presiente de la República que apunta a golpear la autoestima. Fue tan grosero que, a poco de andar, el video fue editado quitandole esa frase. Apenas un ejemplo entre tantos. Más grosero resulta escuchar al propio jefe de Estado repetir, una y otra vez, que este es el único camino. Lo dice en mensajes públicos escuchados por toda la población, inclusive por el 32% de los que viven bajo la línea de pobreza. Conlleva cierta perversidad decirles en la cara a los pobres que deben ser pobres, que deben pasa hambre, para que a las próximas generaciones les vaya mejor. Obviamente, no hay garantía que esto último suceda. Más bien parece señalar todo lo contrario si tomamos en cuenta los tres años y medio de gestión, con un aumento de 5% de pobres. No menos perverso es quitarles a los jubilados la devolución del IVA, apenas uno 200 o 300 pesos por mes, o eliminar subsidios a los discapacitados. Las políticas neoliberales apuntan a derrotar culturalmente a las sociedades. El coctel que mezcla mentiras y perversión busca hacer sentir al hombre común como responsable de la pobreza y la postergación social, colocando a los factores de poder real fuera de escena.