La historia del MERCOSUR, íntimamente relacionada con la independencia económica y soberanía política de la región, parece contradecirse con un presente alejado de esas premisas.

Llegar a conformar entre las naciones de Sudamérica un bloque unido capaz de negociar con el resto del mundo en condiciones más favorables, es un viejo proyecto político que buscaron consolidar líderes históricos de la región. Los años posteriores a la segunda guerra mundial trajeron una sutil colaboración política entre Brasil y Argentina. Los jefes de ambos Estados en aquellos años, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, sembraron la semilla de lo que más tarde sería el MERCOSUR, visualizando beneficios en común para el futuro. Perón lo hacía vislumbrando un futuro sin fronteras políticas, al que definía como universalismo. Aquella unión de los países más grandes del cono sur no fue bienvenida en el norte continental. Así lo alertaba un despacho secreto en octubre de 1945, desclasificado años más tarde, de la embajada norteamericana en Buenos Aires enviado al Departamento de Estado en Washington. Manifestaba preocupación por la cooperación íntima de ambas naciones que asumían una estrategia de unión para afrontar problemas similares. Por esos días Perón recuperaba su protagonismo político tras la histórica movilización del 17 de octubre. La afinidad entre Vargas y Perón terminó acelerando el proceso de intervención norteamericana en la región. Naves de guerra de EEUU, sin invitación formal, se encaminaron hacia el puerto de Río de Janeiro en una clara actitud amenazante. El presidente Vargas se quejó ante la embajada del país del norte. Fue entonces cuando los hechos se precipitaron gracias a la alianza que tenía EEUU con el Ejército brasileño. El 29 de octubre de 1945 Vargas fue derrocado. Había asumido constitucionalmente en 1934. En estos 11 años de gobierno impulsó una profunda reforma del Estado, creando los ministerios de Trabajo, de Industria y Comercio, y promulgando leyes laborales. Fue Vargas el que abrió las puertas de la democracia a las mujeres, con el voto universal. Creó poderosas empresas estatales, como Petrobras, la Compañía Vale do Río Doce y la Compañía Siderúrgica Nacional. Estas dos últimas fueron privatizadas bajo el gobierno del ex presidente Fernando Henrique Cardoso quién asumió en 1995.

A partir de la caída de Getulio Vargas las relaciones entre Argentina y Brasil se tensaron. En 1947 el Estado Mayor del Ejército de Brasil acusó a Perón de planificar una invasión a su territorio. Una teoría alocada que fue abonada, un año más tarde, por quien era presidente de Uruguay, Luis Batlle que convocó al embajador brasileño para anunciarle que tenía información sobre la inminente invasión a territorio de Brasil por parte de Argentina.

En 1949 el Departamento de estado norteamericano elaboró un documento clasificado como “top secret” bajo el título “Ambición Argentina en Sudamérica”. Allí se denunciaba que el proyecto de Perón consistía en organizar una comunidad económica y política a partir de la unión aduanera de Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Perú. Un consorcio para competir en el mercado internacional de materias primas como el hierro, petróleo, estaño, cobre, tanino, algodón y aceite de lino.

Para lograr ese objetivo de unidad regional era imprescindible que la iniciativa sea asumida por los gobiernos de las dos principales economías de la región. Vargas debía regresar al poder. Perón y Vargas nunca descuidaron su relación personal. En Brasil hubo elecciones en 1950. La fortaleza de esa relación motivó acciones del embajador británico en Brasil, denunciando que la campaña electoral de Vargas estaba siendo financiada desde Buenos Aires. Vargas fue nuevamente bendecido por el voto popular y regresó a la presidencia. Perón celebró su retorno anunciando que el trigo argentino costaría menos para Brasil que para cualquier otro destino. Vargas, por su parte, respondió autorizando la importación de carne argentina.

La victoria electoral de Carlos Ibáñez en Chile, en 1952, realimentó el proyecto de unión aduanera entre los tres países. El nuevo presidente chileno compartía el objetivo de un frente regional. Sin embargo, en esos dos años los gobiernos de Argentina y Brasil soportaban ataques políticos y comerciales desgastantes. Vargas estaba debilitado por las constantes presiones externas. El historiador brasileño Moniz Bandeira aseguró que en 1953 el presidente de Brasil le envió una carta a Perón contándole sobre el accionar que ejercían en su contra grupos internacionales. Acosado por el poder militar Vargas se suicidó en 1954. Pocos meses más tarde en 1955, también caería el gobierno de Perón. En 1960 todos los países de Latinoamérica menos México y las Guayanas, pusieron en funcionamiento la asociación latinoamericana de libre comercio, que no logró implementar medidas de fondo relacionadas con la integración comercial y aduanera. Dictaduras y gobiernos surgidos en procesos electorales viciados de nulidad, eran moneda corriente en la región, lo que poco ayudó a fortalecer una concepción de unidad.

Para mediados de los años setenta, después de una fallida vanguardia socialista en América Latina, se desató una furiosa avanzada cultura que hizo eje en la degradación nacional. Nuevas dictaduras, más violentas que las de los años sesenta y cincuenta, hicieron renacer la primarización de la economía y el culto a lo importado. A las dictaduras militares le siguieron las dictaduras de mercado, mientras la Asociación latinoamericana de Libre Comercio se transformaba, en 1980, en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), nucleando a Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Del ALADI surgirá un acuerdo entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, que derivará, finalmente, en la constitución del MERCOSUR, que se selló en Asunción el 26 de marzo de 1991. En 2012 se sumaría también Venezuela y en 2015 firmó el protocolo de ingreso Bolivia, transformando a esta asociación como la segunda unión aduanera del planeta, abrazando los intereses de 270 millones de habitantes.

Comenzar cuatro décadas después de lo planificado por Vargas y Perón tiene su costo. En los años noventa los países del MERCOSUR ya estaban ahogados por una extraordinaria relación de dependencia con los organismos financieros internacionales. El endeudamiento externo, forzado por regímenes dictatoriales o democracias que impulsaron los mercados, fue un factor común a todas las naciones sudamericanas.

Para cuando el MERCOSUR comenzó a formalizarse las misiones del FMI diseñaban a su antojo y sin mayor oposición el destino político de cada uno de sus países integrantes. En paralelo Estados Unidos comenzó a diseñar la arquitectura de su próxima herramienta de dominación regional: El Acuerdo de Libre Comercio de las Américas. El ALCA no fue más que un intento de comprometer las soberanías de los países del continente. Su puesta en marcha representaría la unión de 34 países, 800 millones de habitantes, lo que significa el 13% de la población mundial y el 23% del comercio global. Cifras que manejaría EEUU con criterio de mercado interno, ya que le permitiría expandir con mayor facilidad por todo el continente el poder de sus 200 empresas multinacionales que tienen base en el país del norte, donde representan el 40% de su PBI. En la Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata en 2005, el cono sur se mostró unido y fuerte, con una estrategia propia que resultó ser un dique de contención de estas políticas comerciales expansionistas de EEUU. Hasta allí llegó el ALCA. El presidente Néstor Kirchner fue el primero que en la cumbre marplatense planteó la imposibilidad de aceptar que el ALCA sea una herramienta de justa distribución de las riquezas en el continente, en la medida que existan asimetrías tan grandes, como las actuales, en las economías de los países ricos y pobres que conforman América. Lo siguieron el resto de los presidentes de los países del bloque sudamericano quienes pidieron, entre otras cosas, el fin de los subsidios agrícolas que generan una competencia desleal perjudicando notablemente a los productores de las naciones empobrecidas. Por primera vez en una cumbre de las Américas no hubo acuerdo en el documento final y se debieron incluir las dos posturas en el mismo. La de Estados Unidos y sus 28 países aliados, impulsando el ALCA, y la del MERCOSUR, rechazándolo. Aunque con distintos matices, existió afinidad ideológica entre los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela, Bolivia y Chile, denunciando las terribles consecuencias que desparramaron en estas naciones, las políticas neoliberales que dominaron el escenario del cono sur.

Estas coincidencias mostradas en la Cumbre del 2005 no necesariamente se trasladaron a las políticas comunes de la región. El gobierno uruguayo de Tabaré Vázquez desplegó criticas puertas adentro del MERCOSUR denunciando destrato, por parte de las dos naciones más grandes del bloque hacia las dos más pequeñas. Fue un sutil reclamo que lo hizo notar a través de su posición en dos hechos que ganaron los titulares de los diarios en ese tiempo: El conflicto por las papeleras en Fray Bentos, y la insinuación de un acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos que había anunciado el Ministro de Economía uruguayo, Danilo Astori y finalmente quedó trunco. Según establecen las normas del bloque regional, este tipo de acuerdos solo pueden ser asumidos por el conjunto de países y no por una nación.

Uruguay apareció reclamando el fin de las asimetrías dentro del MERCOSUR. Brasil fue el primero en reaccionar. Kirchner y Lula reconocieron esas desigualdades. Hubo promesa de trabajar para una unión más equilibrada. El presidente argentino reconoció que “el Mercosur debe dotarse hacia su interior de lo que reclama hacia fuera: la atención de las asimetrías que se refieren a las dificultades que la integración crea a las economías de menor escala”. Kirchner fue más lejos aun afirmando que “si entre la Argentina y Brasil no podemos darle a Uruguay lo que Uruguay necesita, no está mal que ellos firmen un tratado con los Estados Unidos. No queremos estados gendarmes. Le dije a Lula que teníamos que ser flexibles y él me respondió que estaba de acuerdo.”

Si bien Venezuela se sumó formalmente al MERCOSUR en 2012, el país caribeño mostró su aporte al bloque en defensa de los intereses del sur desde mucho años antes. El presidente Hugo Chávez había solicitado en junio de 2003 su ingreso. Desde entonces mostró acciones directas en esa dirección. En un momento crítico argentino compró millones de dólares en bonos; planteó la creación de una entidad bancaria capaz de financiar proyectos de los países del MERCOSUR; impulso y puso en marcha desde Caracas un canal de televisión para el sur, y propuso la construcción de un gasoducto que atraviese América del Sur desde Venezuela hasta Argentina. Más de 8 mil kilómetros de largo para abastecer de gas a una amplísima región.

Por estos días el MERCOSUR atraviesa una nueva vicisitud relacionada con el posicionamiento ideológico que arrastran los gobiernos de Argentina y Brasil, poco proclives a un proteccionismo industrial y con claras tendencias de regresar a una primarización de la economía regional. El promocionado pre-acuerdo firmado con la Unión Europea está cargado de dudas respecto a los beneficios que puede traer a las naciones americanas. Se han conocido más slogans que detalles de este acuerdo. El compromiso, firmado en Japón en la última reunión del G20, deberá ser ratificado por los parlamentos de cada nación y aún hay muchos detalles relacionados con la llamada letra chica del acuerdo, que no están definidos. Esto, en sí mismo, podría representar un obstáculo para su concreción. En Europa también hubo críticas, especialmente de los sectores agropecuarios y en particular de Francia.

Audio Presidente Néstor Kirchner en la Cumbre de las Américas 2005 (Mar del Plata)