Por Héctor Gómez

Mientras se llevaba la copa a los labios gustando aquel Malbec, no de primera marca pero que si acariciaba su garganta, y terminado el trabajo del día, o mejor dicho de la noche, volvía siempre a la misma pregunta. – ¿Aquellos que lo acompañaban en la mesa sentían lo mismo que él?

Se sentía responsable por su trabajo y por supuesto confiaba también en el de sus compañeros. Finalmente, pensaba que aquellas comidas compartidas servían no solo para satisfacer las necesidades del cuerpo, sino también para intercambiar opiniones. Además, entre bromas y picardías, era bueno recordar el error o distracción de alguno de ellos. Miraba la copa teñida del reflejo rojo del tinto mientras Manuel sentado a su lado le preguntaba.¬ Che, ¿En serio conseguiste que volviera? Lo miró con una sonrisa pícara – Y vos sabes…la pinta puede más. Ambos rieron francamente mientras chocaban las copas en un simulacro de brindis. A pesar de la broma él se quedó en el recuerdo de la charla telefónica. – Negrita, vos sabes que te necesito. Las cosas pasadas las podemos charlar. Y finalmente ella le confirmó que viajaría esa misma mañana, y a su vuelta en la noche lo estaría esperando en el departamento.

Recordando eso, masticaba con delicia el asado, una de las especialidades de aquel lugar, que compartía casi todas las noches con sus compañeros. Hizo un gesto para el mozo y cuando lo tuvo cerca, casi al oído le dijo. – Envolveme un buen pedazo que mañana me lo como frio. El mozo, en tono de compinche asintió con la cabeza y se encaminó a la cocina para cumplir con el pedido. Cuando tuvo el templado paquete en sus manos le guiño un ojo al mozo. – Vino tengo en casa o quizás lo acompaño con un champú.

Mientras se paraba poniéndose el gorro de pana hizo un saludo con la mano hacia los demás. Manuel insistió. – Pero loco, te vas temprano. Con sonrisa pícara contestó. – Es que tengo alguien que me espera y ya es más de la una.

Un aplauso acompañó las palabras mientras salía hacia la playa de estacionamiento. Subió al auto, y cuando lo puso en marcha pensó que, a pesar de ser ya el inicio de Marzo, era una noche cálida y luminosa. Delante de su marcha desfilaban las calles que, pese a no ser lugar de su nacimiento, tenían la calidez del reconocimiento por su trabajo y el de su gente. Giró cuidadosamente entrando en la rampa del estacionamiento. Apagó las luces, desconecto el motor, recogió el cálido envoltorio del asado y se fue caminando hacia el ascensor. Mientras cerraba la puerta apretó el botón del piso 15. El ascensor subió lentamente, sonrió disfrutando anticipadamente del encuentro. Trató de ingresar silenciosamente, pero ella descalza y con aquella hermosa bata que él le había regalado, llegó corriendo desde el living y se colgó de su cuello. La beso profundamente, ella lo acompañó colgada de su cuello mientras susurraba al oído apenas una palabra. – ¡Negrito!

La separó con cuidado recorriendo toda su figura a partir de aquellos ojos que lo enloquecían y descendió hasta el borde floreado de la tela que apenas cubría las piernas. Depositó el paquete sobre la mesada y mientras la seguía mirando fue hacia el baño para repasarse los ojos que sentía humedecidos. En el espejo resaltado por el rojo del rouge se leía “Te amo”. Él también tomó el lápiz labial y a su vez escribió “Eu tamben” jugando con el idioma del lugar adonde habían disfrutado juntos del cálido clima carioca.

Se sentaron cuando las copas de champagne ya estaban volcando burbujas sobre el vidrio de la mesa ratona. La miraba sorprendido y gustoso de tenerla otra vez frente a él recostada casi provocativamente sobre el sillón. – No sé si te hubiera perdonado pero ¿Por qué justo con él? Ella bajo los ojos mordisqueando el canapé que tenía en la boca. Noto el absurdo de la pregunta y sonrió – Por lo menos si hubiera sido con uno menos conocido. Ella salto hacia él besándolo tiernamente con su propia complicidad feliz. Charlaron animados, el tiempo corría y el alcohol se reforzó con algunos toques de algo más contundente. Se paraban y bailoteaban abrazados con la suave música que salía desde el equipo de sonido. Por la amplia ventana desde el piso 11, se divisaba un horizonte con el brillo opaco del amanecer. Abrió la puerta del balcón, recorrió con la mirada el amplio horizonte que se extendía ante sus ojos. Con una mano sostenía la copa y con la otra acariciaba la balaustrada del amplio balcón apoyándose sobre ella. Elevó una de sus delgadas piernas y se montó sobre la misma simulando ser un jinete en el espacio. Al jugar su sueño de cowboy sintió que el equilibrio le fallaba. – ¡Me caigo, mamita, me caigo! ¡Agarrame la pierna! Ella corrió en su intento. – ¡Yo te agarro, papito, te agarro! ¡Pero no puedo, no puedo…

Tropezó con el cielo, quizás un poco borracho
Flotando por el aire como si fuese un pájaro
Pero acabó en el césped hecho un paquete flácido
Agonizó en el medio de aquel espacio público
(“Construção” Chico Buarque de Hollanda)