La enorme cantidad de dinero que está recibiendo el gobierno de Francia, vía donaciones, para reconstruir Notre Dame colocan a la humanidad frente al espejo para interpelarse ante un enorme interrogante de profunda raíz humana y cultural. No es la primera vez, ni tampoco será la última que las circunstancias lleven al hombre plantearse esta disyuntiva. La respuesta, reafirmada tras el incendio de la histórica catedral, parece implacable. La pobreza es un hecho político. Podría resolverse con un llamado solidario para que aquellos que más tienen entreguen una pequeña parte de su capital para resolver este drama humano que es producto de la mala distribución de la riqueza. En las primeras 48 horas tras el incendio de Notre Dame se reunieron 850 millones de Euros. Unas horas más tarde la cifra ya sobrepasaba los 1000 millones. La vertiginosa escalada en el flujo de Euros para reparar el monumento histórico promete seguir creciendo. Es la respuesta que recibe el llamado del presidente Emmanuel Macron, que quiere ver la catedral de nuevo abierta en un plazo máximo de cinco años. Hubo multimillonarios con grandes aportes. François-Henri Pinault, dueño de Kering, un grupo de empresas francesas con marcas como Gucci, Yves Saint Laurent, Balenciaga, Puma y Fnac, que entregó 100 millones de Euros. Lo superó Bernard Arnault dueño de Louis Vuitton, que no ocultó la entrega de 200 millones. Reflejos saludables tuvo el Papa Francisco quien llamó a movilizarse para reconstruir lo que definió como “la joya arquitectónica de una memoria colectiva”. En la Santa Sede dejaron en claro, a través de un vocero, que no habrá ayuda económica, aunque sí técnica, dando a entender que Francia es un estado lo suficientemente poderoso para afrontar esos gastos.